jueves, 22 de noviembre de 2007

Zarpale la lata


Noche cerrada, terreno baldío, pantalones anchos y mucho aerosol. El corazón late en ritmo hip-hop y…¡CORTEN!. La escena cuadra perfecto en un videoclip modelo MTV sobre la vida real de un graffitero, pero a duras penas coincide con las tardes domingueras de Saavedra donde Franco Fasoli (más conocido como Jazz) se junta con sus amigos a llenar de arte los paredones de la Avenida Goyeneche, ex Donado.
“Arranqué hace ocho años bien a lo vándalo: una lata de pintura en la mano y a trepar rejas, a escribir mi nombre, a sentir la adrenalina del graffitero.- Cuenta Jazz, y se hace cargo de su raperito adolescente- Pero cuando ves lo que se puede lograr artísticamente con el graffiti empezás a laburar en serio. Ahora me gusta hacer un boceto, calcular más, y para eso tuvo que pasar un rato de puro bardo”.
Hace tiempo se aburrió del bombing, la técnica de estampar firmas a toda velocidad que se ve en los muros de Buenos Aires, con letras deformadas en estilo salvaje (wild style). Así se hacía en los orígenes de suburbio neoyorquino en los ´70 y los más puristas del ambiente lo mantienen a rajatabla. Jazz, en cambio, encaró un camino paralelo. Pasada la excitación de principiante se sumó a la célebre banda graffitera (crew, como las llaman en la jerga) DSR donde, dice, lo ayudaron a tranquilizarse.
Lejos de todo estereotipo, el chico de remera lisa y simplísimas bermudas es una máquina de derribar clichés. Cree que el mundo del hip hop se volvió muy frívolo y que el graffiti debería independizarse: “Sí seguís la biblia hiphoperil tenés que pintar, bailar, rapear y ser DJ. ¡No te queda tiempo para vivir! A mí lo que me apasiona es el dibujo, lo exclusivamente ilustrativo”.
De todas formas, admira la hermandad que existe en la Argentina entre los ases del aerosol: “Somos alrededor de cien, nos conocemos y tenemos una ciudad gigante para nosotros, que aprovechamos para el bien del graffiti”. La experiencia lo habilita para comparar el panorama local con el europeo, que conoció el año pasado cuando fue invitado a una convención en Francia. Cuenta que allá son moneda corriente la represión policial y la rivalidad entre crews. “En cambio acá tenemos la suerte de que a la gente le gusta lo que hacemos. ¡Cuando pintamos los vecinos se acercan a traernos algo de tomar!”, se ríe.
Los artistas callejeros forman una comunidad que no necesita aclarar sus códigos por escrito. Si bien la esencia efímera del graffiti abre el juego para que una obra cubra a otra, hay respeto por las más trabajadas, y Jazz admite que es muy difícil que lo tapen “de mala onda”. Está entre los mejores del país, pero asegura que en el ambiente no existe el estrellato y que le interesa promover el crecimiento de la movida a nivel nacional: “A veces llamo a chicos que recién empiezan para que vengan a mirar y sepan que uno no está arriba del graffiti como si fuera Britney Spears. Me interesa que esto se agrande”.
Con la intención de imprimirle un sello rioplatense al graffiti, Jazz se unió a un movimiento que le introduce el fileteado. “Está bueno que cada lugar tenga su estilo propio, y digamos que se puede hablar de una nueva onda graffiletera en el ambiente”, se entusiasma. Él mismo dejó de firmar las paredes con su apodo y adoptó un pirulo bien porteño como marca personal. No se encasilla, tiene la versatilidad de un artista y avanza sin apuro: piensa seguir pintando “hasta que los pulmones aguanten”.


*Por Shirly Said

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